En la parroquia de San Sebastián de Reinosa hay un querubín diferente. Pasa desapercibido, incrustado sin volumen, a la izquierda en el guardapolvo del imponente altar mayor. Pero su rostro, a través de su hieratismo y enigmática mirada, le delata como un infiltrado y el más joven de sus rollizos compañeros de cuatro alas del coro angelical.
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