Uno de los elementos definitorios de la romanidad -probablemente el más importante- era la civitas, es decir, la ciudadanía. Ese concepto, ansiado por todos los habitantes de todos los pueblos del imperio por cuanto suponía la adquisición de una serie de derechos como el suffragii (voto), el honorum (acceso a cargos públicos), el commercii (tener propiedades y firmar contratos), poseer beneficios jurídicos, etc. Y todo gracias a un mítico incidente ocurrido presuntamente en el siglo VIII a.C.: el rapto de las sabinas y el posterior acuerdo.
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