La inmigración, ya sea desde otros países o desde otras regiones del mismo país, es vista en ocasiones como un lastre por la población local. Consideran que la inmigración reduce la demanda de trabajo, baja los salarios por el aumento de la competencia y, en definitiva, entorpece el crecimiento y el bienestar de la población. Sin embargo, los datos económicos muestran que todos estos prejuicios no se adaptan a la realidad.
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