Le Prince era otro lunático decimonónico embarcado en la búsqueda de la imagen en movimiento, en la carrera de conseguir capturar la realidad y de que las fotos cobrasen vida como hace el proyector aleatorio del subconsciente cuando cada uno de ellos duerme soñando. En Nueva York, a finales de 1890, Le Prince va a presentar en sociedad su máquina cinematógrafa. Pero él, que se sepa, nunca bajó de ese tren. O al menos nunca llegó a ninguna parte.
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