Los romanos, que ya lo veían venir, separaron el latín hablado del escrito. Al primero lo llamaron vulgar y al segundo, culto para que unos pocos pudieran darse el pisto y marcar la diferencia. Así, durante siglos, el mero hecho de saber leer y escribir era tarjeta de presentación más que suficiente para abrir la puerta de los trabajos mejor remunerados. Pero entonces Gutenberg, solo por incordiar, inventó la imprenta. Y la escritura se extendió lo suficiente como para que el mero hecho de manejarla ya no fuera discriminatorio.
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