Se repite la estrategia del hundimiento del Prestige, del metro de València o del tren Alvia en Angrois. Siguiendo el legado ultra-neoliberal de Thatcher, lo político se disuelve como un azucarillo y la sociedad ya no existe; hay sólo individuos. Para un gobierno que no asume su responsabilidad, no hay mejor forma de hacer política que despolitizando lo que es político.
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