En los primeros tiempos de las invasiones europeas de Oriente Próximo, se proyectó una imagen que interesaba al señorito colonizador, tal y como escribió Juan Goytisolo en De la ceca a la Meca. El cine y la literatura mostraron un ser oriental recreado a su medida, un individuo infantil, apolítico, sometido a un fatalismo inevitable, y sumiso al destino hasta la caricatura.
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