El 25 de noviembre de 1885, expiró el rey Alfonso XII en el Palacio Real de Madrid. Poco antes de fallecer, el supersticioso monarca había implorado a su esposa, la reina María Cristina de Habsburgo, que no llamase Alfonso a su hijo póstumo, sino Fernando, para evitar que reinase con el número 13 y siguiese cebándose así con su descendencia esa especie de maldición que asolaba desde el inicio a la dinastía de los Borbones en España.
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