Nunca he ocultado en este boletín una cierta veneración por la figura de Richard Milhaus Nixon. Mi aprecio por Tricky Dick no se deriva de sus cualidades humanas, simpatía o sentido del humor (ausentes casi por completo en su persona), o por sus enormes logros políticos. No es ni siquiera esa afinidad que tienes por ese jugador macarra e impresentable al que le perdonas todo porque juega en tu equipo; es más, fue él quien puso los cimientos de la dominación republicana durante las cuatro décadas siguientes. Nixon me parece (...)
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