La inmensa mayoría de los municipios gallegos más afectados por los últimos incendios padecen una agudísima crisis demográfica que parece confirmar la tesis de que el monte arde más y con mayor intensidad allí donde no hay población que pueda atenderlo, cuidarlo y limpiarlo. La Galicia rural se desangra, al tiempo que su paisaje y su futuro adoptan el color ceniza del monte quemado o el verde monocorde de sus inmensas plantaciones de eucaliptos.
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