Decidí tomar un taxi para no llegar tarde a la sopicueva. Mientras me desparramaba en el asiento y veía crecer de manera exponencial el número en el taxímetro, noté que el conductor traía puesto el (a veces surrealista) programa de Toño Esquinca. Como el camino sería largo, decidí disfrutarlo y pasarlo cool con todo y su muchedumbre. Jugaba con la idea de que era demasiada casualidad que nuestra selección pasara de panzazo, casualidad ciertamente conveniente para la industria turística brasileña.
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