Lo que enfureció al Kremlin fue que su representante hubiese perdido de manera tan aplastante, con un vergonzante rosco en el marcador, dándole así a los Estados Unidos un material propagandístico de primera. Se convirtió en un apestado para el régimen. No es que nadie fuese a recibirlo al aeropuerto, que por descontado no fueron, sino que anduvo cerca del precipicio mientras en el Partido decidían si debían incluso considerarlo un traidor y juzgarlo como tal:
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