Cuando los intereses de EE.UU. y los de España colisionaron en Cuba, la potencia anglosajona recuperó las viejas mentiras sobre el atraso, violencia e ignorancia de los españoles en la propaganda de guerra que se desencadenó durante el conflicto de 1898. La prensa amarillista, del que William Randolph Hearst era su mayor activo, llevó el peso de la propaganda bélica, que buscaba legitimar la intervención estadounidense en Cuba a cuenta de que los españoles no actuaban conforme a los principios cristianos.
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