Este año cumplo cien. Cuando nací en 1916 en Amsterdam (Nueva York), Woodrow Wilson era nuestro presidente. Mis padres, que no sabían ni hablar ni escribir inglés, habían emigrado de Rusia. Eran parte de una oleada de más de dos millones de judíos que huyeron de los criminales pogromos del Zar a principios del siglo XX. Buscaron una vida mejor para su familia en un país mágico en el que, creían, las calles estaban literalmente asfaltadas con oro.
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