A mí me importa poco si el juez Silva grita, gesticula, le busca las vueltas a las leyes o despide a su abogado para ganar tiempo. Está en su derecho, está defendiéndose, y cuando uno está en el banquillo puede intentarlo todo, incluso mentir. En todo caso, su estrategia de defensa me parece hasta cándida comparada con la forma en que los prestigiosos abogados de los grandes corruptos retuercen procesos judiciales para apartar jueces, dilatar instrucciones o lograr nulidades.
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