No me toques el culo —le advirtió la joven a un chico de origen magrebí que miraba sonriente. Tuvo que levantar la voz para que la oyese. La música de la discoteca Fever de Bilbao sonaba atronadora. —¿Quién lo dice? —preguntó con chulería el chaval que acababa de cumplir 18 años. Un tatuaje de un búho le cubría el cuello entero.
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