No podemos criticar demasiado despiadadamente la megalomanía de los superricos de nuestra era, los Zuckerberg, los Musk, los Jeff Bezos: en el improbable caso de que estuviéramos en su lugar probablemente constataríamos un crecimiento igual de inmenso de nuestro ego y perderíamos cualquier sentido de la proporción. A mucha gente le crece el ego por mucho menos. La trayectoria, tan estadounidense, de Bezos atestigua precisamente esa progresiva corrupción a la que se ven sometidos quienes acumulan una inmensa, casi inconcebible, masa de dinero.
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