Tras la conquista de Tenochtitlán y la extensión progresiva de la presencia española en México, Hernán Cortés estaba algo preocupado porque las dos cartas de relación que había enviado al Rey no habían tenido respuesta. Por tanto, escribió nuevas epístolas: una tercera carta de relación más otra de carácter privado en la que lamentaba que no se le contestase. Y las mandó por mano de dos de sus fieles, Alonso de Ávila y Antonio de Quiñones, acompañadas de un fabuloso tesoro compuesto por cincuenta mil pesos de oro, más de ocho mil kilos de plata
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