Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el demonio es un personaje secundario, una sombra oculta tras bambalinas, que sólo adquiere cuerpo y sustancia en el Apocalipsis, donde se narra la caída al abismo de un dragón rojo con diez cuernos y siete cabezas, la Bestia marcada con el número simbólico 666, que tanto dinero ha dejado a los seráficos productores de Hollywood.
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