Todo británico que se precie es un consumado actor, de suerte que ninguno es realmente quien es, sino quien finge ser. De ahí la abundancia de excelentes actores británicos y, a diferencia de los españoles, el poco o nulo miedo a hacer el ridículo que muestra la mayoría. Semejante mezcla de teatralidad y desvergüenza viene de lejos y su historia ayuda a entender un poco mejor las peculiaridades del extraño sentido del humor de los británicos
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