Siempre he odiado los juegos de sigilo. Los he jugado, me he enganchado a ellos, pero los he odiado. Son puzzles de apenas un par de soluciones, de pensar en la secuencia, de memorizarla hasta desmenuzarla, hasta derrotarla. Son el peor de los ensayo-error del mundo de los videojuegos, el que más claramente te somete a las matemáticas del desarrollador. Dos segundos escondido aquí, gira detrás, avanza dos pasos, quieto, tirapalante, PARA, otra vez. Y otra vez. Y otra.
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