Desde las calderas del verano en Donbass, grababa todas las chapas de identificación de los soldados muertos, nombres escritos en sus máscaras de gas, chalecos antibalas, cascos o mochilas. Lo grabé y pensé: “esta guerra acabará algún día y para los familiares será más fácil encontrar a los suyos. Cuanto antes se encuentre y se entierre a todos, antes llegará la paz”. No me equivocaba.
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