Saramago escribió Claraboya a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta. En 1953 lo envió a una editorial, de la que nunca recibió respuesta. Ni siquiera un «no, gracias». Esto lo sumió, como su esposa Pilar del Río en la introducción de la propia novela, «en un silencio doloroso e indeleble que duró décadas». Como él mismo explica, en la biografía que redactó cuando aceptó el premio Nobel, «empecé otra, pero no pasé de las primeras páginas […] no tenía nada que valiera la pena decir».
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