Hace exactamente diez años tres encapuchados aparecían frente a las cámaras y anunciaban el final de una larga pesadilla: ETA. Aquel fue el primer paso hacia el desarme y la disolución de la banda terrorista. No habría más atentados, no habría más víctimas mortales. Su desaparición permitió normalizar la situación política en el País Vasco, por más que el espectro de su recuerdo se colara repetidamente en el debate mediático. ETA pervivía como objeto discursivo, pero no como organización.
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