Gerda Taro murió fotografiando. Murió como vivió: mirando la fotografía como un reflejo de la realidad, pero también, como de una rara dimensión del espíritu humano. Un reflejo trascendental de la realidad. Pero además y quizás eso es lo más notorio y doloroso de su historia, murió sin nombre. Casi cincuenta años después, su herencia como fotógrafo continúa vinculada de manera inevitable a la del hombre que dio rostro al documentalismo moderno: Robert Capa
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