Hasta 1980 el mundo occidental —el planeta, en general— apenas tenía noticias de los bosquimanos del sur de África. Como mucho, ecos colonialistas de su salvajismo y su mentalidad prehistórica. Después de 1980, con el estreno, y el éxito en los videoclubs de barrio, de Los dioses deben estar locos, a la que siguieron hasta tres secuelas, se asentaron en el imaginario colectivo descripciones de libro de texto infantil como la que abre este artículo.
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