Hasta mediados del siglo XIX, la mayor parte del mundo era una extensión de imperios, tierras no reclamadas, ciudades-estado y principados, que los viajeros cruzaban sin carnets o pasaportes. A medida que la industrialización hizo que las sociedades fueran más complejas, grandes burocracias centralizadas crecieron para manejarlas. Los gobiernos que mejor pudieron unificar sus regiones, almacenar registros y coordinar acciones (especialmente la guerra) se hicieron más poderosos con sus vecinos.
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