El Cerro quedó en manos de los falangistas, que convirtieron el lugar en su particular santuario, una zona sagrada por la que desfilar con sus gallardos uniformes mientras contemplaban la ciudad a sus pies. Y así fue durante años y años: el día 18 de julio, los grupos derechistas de Valladolid tenían como norma reunirse a los pies de la efigie de Onésimo para ofrecerle un homenaje entre cánticos y desfiles; y cuando perdieron poder en las instituciones y fuerza en las calles, comenzaron a organizar razzias de castigo por Valladolid.
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