Francisco De Castro, 49 años, con esquizofrenia y siete hijos, mete la mano en el bolsillo de su chaquetón y saca un cigarro rubio. Se baja la mascarilla hasta el mentón, pega un par de chasquidos a la piedra de su mechero y da dos chupadas largas al pitillo. Tanto, que sus finos mofletes se le introducen entre las muelas.
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