Hay un sinfín de calificativos que se ajustan a la perfección a la naturaleza majestuosa e imponente del monte Everest. Pero pocos parecen tan exactos como "estercolero". Las más de 1.200 personas que año a año se acercan a sus laderas y a su cumbre dejan tras de sí, como ya vimos, un rastro indeleble de escombros, residuos y basura. Pero también de heces y orina. Una situación sobre la que Nepal lleva advirtiendo un lustro y que comienza a alcanzar cifras alucinantes. Lo cual es un problema. Por varios motivos.
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