A pesar de un cierto ánimo mesiánico de querer superar a los españoles, Inglaterra no disponía de los medios para llevar a cabo el trabajo de evangelización realizado en la Nueva España y el Perú. Durante el proceso de reforma de Enrique VIII para establecer la Iglesia anglicana desaparecieron las órdenes mendicantes, por lo que la evangelización quedó solo en manos de pastores sin respaldo institucional. Tampoco ayudaba la diversidad de confesiones cristianas establecidas en cada colonia.
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