Thoreau no entendía la vida atada a unos pocos metros cuadrados. El sedentarismo le horrorizaba. No podía entender los oficios que requerían un encierro permanente. «Cuando recuerdo a veces que los artesanos y los comerciantes se quedan en sus establecimientos no solo la mañana entera, sino también toda la tarde, sin moverse, tantos de ellos con las piernas cruzadas, como si las piernas se hubieran hecho para sentarse y no para estar de pie o caminar, pienso que son dignos de admiración por no haberse suicidado hace mucho tiempo».
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