El capitalismo de Estado de China ha inclinado el campo de juego internacional a su favor y ha obligado a otros, incluido Estados Unidos, a adoptar sus propias versiones. Esto no es China, y ni Trump ni Biden pueden simplemente dictar su resultado preferido a las empresas. Pero la expectativa de que lo intenten cambia el comportamiento de estas. La línea que separa el capitalismo de Estado del capitalismo de amigotes se difumina a medida que las empresas tratan de derrotar a sus competidores en los pasillos del poder y no en el mercado.
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