La evolución de tecnologías capaces de interactuar con el cerebro preocupa a los especialistas. Este tipo de dispositivos han aumentado la capacidad de los médicos para tratar enfermedades como el Párkinson o la depresión profunda, pero son capaces de alterar la personalidad de los pacientes e interpretar un gran número de datos extraídos de su mente. El riesgo, explican investigadores como el prestigioso neurobiólogo Rafael Yuste, es que empresas fuera del ámbito sanitario intenten aprovechar sus posibilidades y los incorporen a la tecnología
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