N.F. explica que hay un “clima de miedo” entre los periodistas eritreos por la infiltración de informadores del Gobierno en los medios de comunicación; basta una denuncia para ser trasladado a un “campo de tortura”. No hay medios privados y, los que quedan, de propiedad gubernamental, siguen un discurso “ultranacionalista” y beligerante, donde la censura es total. La libertad de expresión, prensa, reunión y asociación están limitadas.
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