No se trata de matar una lengua para resucitar, cual Lázaro, a otra que andaba moribunda. Es cuestión de querernos a nosotros mismos como sociedad, con el fin de respondernos a preguntas serias y vitales: ¿Quién querrías que atendiera a tu hija en una mesa de operaciones, un médico valenciano parlante, el mejor de los valenciano parlantes, o el mejor del mundo? ¿Y quién quieres que enseñe a esa futura cirujana que te atenderá alguna vez en el futuro, y de quien dependerá tu vida, la que mejor hable valenciano o la mejor?
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