A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, con el cambio de mentalidad que se impuso, la Inquisición fue suavizando y reorientando su actuación, pasando a ser utilizada por el poder civil, regalista y absoluto, para sus fines políticos. Ya no había celo en la persecución de judaizantes, ni obsesión por impedir la entrada del luteranismo, celebrándose el último auto de fe en 1781 y quemándose únicamente a cuatro reos entre los reinados de Carlos III y Carlos IV.
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