Hubo un momento, al principio de esta larga crisis, en que parecía que los economistas en general se habían escondido en sus cuarteles de invierno, no fuera a ser que alguien les pidiera responsabilidades por haber sido incapaces de predecir -muchos de ellos se ganan muy bien la vida precisamente haciendo predicciones- la catástrofe que se avecinaba. Pero no. No deja de ser sorprendente que el desprestigio no haya afectado ni una pizca a los ideólogos de la economía liberal.
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