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Y Dios se liberó por fin de los obispos

Así acabó Federico García Lorca su “Grito hacia Roma”. El Papa Pío XI y Mussolini habían firmado el pacto de Letrán, la santa Sede asumía la política belicista del fascismo y se colocaba al lado del poder más turbio. El poeta subió al edificio más alto de Nueva York y lanzó una maldición contra el clericalismo oficial en nombre de Cristo, de los seres humillados, los deseos perseguidos, los pobres amenazados por las inundaciones y los negros maltratados por el racismo. Gritó Amor, Paz, y recogió la antorcha de Galdós para rebelarse.

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