El uso de algoritmos e inteligencia artificial han propiciado la aparición de los deepfakes, manipulaciones que son capaces de tergiversar el pasado, los hechos o suplantar personas, es decir, permiten crear realidad. Pero ¿dónde está el límite en el uso de estas técnicas? ¿Existe alguna regulación que ponga coto o prevea los posibles abusos? El añejo debate sobre tecnología y ética vuelve a la palestra.
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