Escribo estas líneas en la sala de espera de urgencias. Han pasado cuatro horas desde que llegamos. Hospital Clínico. Barcelona. Es curioso cómo eso de que el tiempo es emocional y no lineal cobra especial sentido en los hospitales, sobre todo cuando toca esperar por alguien. A nuestra llegada, mi hermana y yo nos sumamos a un pequeño grupo de población flotante que, atenta a un altavoz que se activa cada cierto tiempo para llamar a “los familiares de”, navegaba ya en una balsa común, la de los que esperan.
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