Cuando Napoleón Bonaparte llegó a Moscú el 14 de septiembre de 1812, esperaba ansioso el momento en el que el zar Alejandro I lo recibiese y capitulase la capital rusa. Pero ese encuentro no llegaba y una de las victorias más esplendorosas del emperador francés se convirtió en una amarga humillación personal. A los cuatro días, la entrada victoriosa del emperador francés en la capital rusa se vio ensombrecida por un devastador incendio que provocó finalmente su retirada y que se convirtió en el inicio de su declive.
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