La fama de Alexander Fleming, el descubridor aunque involuntario de la fantástica cura para enfermedades infecciosas, llegó a ser extraordinaria incluso en España. El flamante médico asistió a corridas de toros, partidos de fútbol y todo tipo de actos académicos, culturales y lúdicos. El acontecimiento no pasó desapercibido para la población, tan necesitada de alegrías. Un buen ejemplo fue su visita a Sevilla, donde se le declaró huésped de honor, se le dio su nombre a una calle y los ciudadanos erigieron un monumento por suscripción popular.
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