Cuando cierra una librería –y asistimos a un continuo goteo de cierres–, hay pena y poco más. A veces, una oleada de solidaridad que llega desde los clientes logra el milagro y la librería se salva. Son las menos. El dolor es nostalgia, pero es una gota en un mar de pérdidas que desde siempre ha abatido a la cultura, acostumbrándola a jugar a perder. Pero, cuidado. El cierre de una librería no es solo eso; significa el deshielo de todo un iceberg de cultura, de sociedad, de historia, de gente que ama la libertad y el progreso que nos dan (...)
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