Las fronteras entre países, además de culturales, físicas, administrativas o lingüísticas, también pueden ser gastronómicas. Hasta el punto de que hay gente que come repugnantes (para nosotros) porque quiere, gente que come cosas repugnantes porque no el queda otro remedio y, también, gente que come cosas repugnantes aunque son las que provocan que las cosas no repugnantes sepan mejor de lo que lo hacen.
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