El papel de Bélgica en la Segunda Guerra Mundial no fue especialmente brillante. Confiando en una política de neutralidad, su ejército estaba obsoleto y mal equipado, por lo que cuando finalmente se movilizó por presión internacional únicamente pudo resistir dieciocho días a la Wehrmacht antes de capitular. Ni siquiera funcionó el que se consideraba el principal bastión defensivo, Fort d’Ében-Émael, proyectado y construido precisamente para detener una invasión, pero tomado por paracaidistas alemanes tras una operación minuciosamente preparada.
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