León Goldensohn no estaba preparado para lo que iba a oír en la prisión de Núremberg durante el año 1946. Ni él, ni nadie. A sus 34 años, este psiquiatra no era un novato que acabara de presentarse voluntario para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Todo lo contrario. Antes de que le fuera asignada la tarea de «cuidar» la salud mental de la veintena de altos jerarcas nazis que eran juzgados por crímenes contra la humanidad, este judío ya había ejercido su profesión en el seno de la 63ª División de Infantería de los EE.UU.
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