Rosemary y William Dunkley están lejos de su casa en el sur de Inglaterra. Son jubilados y pese a su avanzada edad decidieron emprender una aventura: hacer turismo en Venezuela. Se están bebiendo el que quizás sea el mojito más barato de sus dilatadas vidas en la terraza de un apacible bar-restaurante en el archipiélago de Los Roques, en el Caribe, al norte de la costa de Venezuela. Es uno de esos lugares idílicos de arena blanca y aguas ultraturquesas que uno casi no se explica que esté tan vacío.
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