Los corruptos españoles son chispeantes, desbordan vida y color. Puede que sean toscos, pero lanzan un palo y corremos todos detrás como el perro más obediente. El corrupto español seduce a la sociedad provinciana porque da de comer a un sobrino, coloca a un hijo con problemas, te arregla la caldera de casa y te subvenciona el equipo de fútbol. No hay negrura ni sabor amargo, sino el convencimiento de que alguien tenía que hacerlo, que alguien tenía que llevárselo, que el dinero público está ahí para ellos, porque ellos lo saben repartir.
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