Conducir una diligencia en el Far West en plena fiebre del oro no era tarea fácil. Era una labor solo al alcance de hombres habilidosos y duros como el pedernal. Charley Parkhurst, un hombre respetado y admirado, tenía fama de ambas cosas. Y seguramente tenían razón. Pero cuando Charley murió se dieron cuenta de que no era la clase de hombre que ellos pensaron. Les había engañado a todos. Charley era una mujer.
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